Esta mañana, después de seis meses intentando aprender a hacer una Shirshasana, conseguí hacerlo sin la ayuda de la pared por primera vez.
Shirshasana es una postura de yoga que conlleva mantenerse erguido cabeza abajo con el peso en los antebrazos y cabeza. Bastante fácil para algunos, pero no para mí. Llevo haciendo yoga dos años y el aprendizaje de esta postura ha tenido más que ver con la fuerza de voluntad y enfrentarme a mis miedos que con mi capacidad física.
Si hubiera sabido que iba a necesitar seis meses de practica casi diaria para aprender, es probable que ni hubiera empezado. Por lo general, somos tan impacientes que, si no somos capaces de conseguir las cosas que nos proponemos rápidamente, muchos de nosotros ni lo intentamos.
Mi camino en este proceso me ha ensenado algo. La experiencia ha estado llena de satisfacción discreta y sutil. Cuando empecé, era consciente de que esto no iba a ser algo que me resultaría fácil y por ese motivo me ha encantado observar cada pequeño pasito de mejora.
Cada día el más minúsculo progreso era suficiente para mí, así que el proceso, en lugar de estar lleno de frustración ha estado lleno de disfrute. ¡Qué diferencia genera la actitud! En lugar de reprocharme por ser tan lenta, me felicitaba por tener la paciencia y fuerza de voluntad para seguir. El profundo sentido del orgullo y satisfacción que sentí hoy no se podría conseguir con ningún resultado rápido.
Puede que nunca llegue a perfeccionar esta postura, pero da igual. Lo que me llevo es que, si quitamos las prisas cuando intentamos conseguir cosas, además de poder llegar a ellas, podemos saborear el proceso en cada paso. Aunque no consigamos un objetivo a la perfección, hay mucha satisfacción disponible si somos capaces de apreciar las mejoras conseguidas, por muy pequeñas que sean.
¿Qué pequeñas mejoras alcanzadas puedes apreciar tú?
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