La interacción con los demás es absolutamente intrínseca en la gran mayoría de situaciones. Si intentas pensar en puestos que sean absolutamente individuales es prácticamente imposible. Hasta un pastor de cabras tiene que ir al mercado en alguna ocasión.
Esta capacidad, además de ser demandada en cualquier empresa, es la llave para que podamos disfrutar más de nuestra experiencia día a día y conseguir mejores resultados. Conlleva el ser capaz de ser asertivos en nuestras interacciones con los demás y al mismo tiempo dejar que ellos jueguen su papel. Puede implicar muchas cosas: aportar nuestra labor, escuchar a los demás, ser auto críticos y perseguir un beneficio u objetivo mutuo para el grupo.
El trabajo en equipo tiene un componente práctico a nivel de gestión, como la definición de roles o reparto de tareas, ¡esa es la parte fácil! Para poner en práctica adecuadamente esta capacidad, nuestra actitud y comportamientos son importantes así como la cultura de la organización y las personas que nos rodean. No podemos trabajar bien en equipo si los demás no ponen de su parte, pero nuestra conducta puede marcar la diferencia para que la balanza se decante a favor del trabajo en equipo.
En la vida real, he observado como este es uno de los grandes retos de las organizaciones. Es habitual que existan conflictos de interés entre personas o departamentos y el llevar buen puerto este objetivo no siempre es fácil. A veces, para trabajar en equipo es necesario perder algo a nivel individual y eso duele. Además cuando algún miembro del equipo no cumple con su cometido, es muy fácil que se creen fricciones o resentimientos.
Cuando nos preguntan si somos capaces de trabajar en equipo, la respuesta automática suele ser sí, o lo contrario, dependiendo de nuestras creencias personales. Pero siendo humildes y para valorar objetivamente lo desarrollada que está esta capacidad en nosotros, podemos hacer una reflexión sencilla en el ejercicio a continuación.
Espero que te resulte útil.
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